Se levantan demasiados altares para dioses carentes de barba y de verbo. Las víctimas respetan acaso demasiado a los victimarios. Creen que un hombre merece respeto sólo porque es capaz de reprimir, torturar, matar, violar, viajar por el mundo con corona de rey en la cabeza calva y desolada. Los humillados suponen a veces que quienes los obligan penosamente a arrodillarse son seres dotados de un encanto especial. Los oprimidos, sin embargo, deberían mirar las cosas con sentido práctico y, por qué no, con una buena dosis de realismo y frialdad. El paso siguiente consiste en desarmar los altares levantados en honor a los imbéciles y echarse a andar por la vida con paso firme y autónomo. Sólo un ser amado y respetado puede hacernos daño. Sólo un sujeto ubicado a la altura de nuestros sueños tiene un verdadero poder sobre nosotros y, sí, destruirnos.
L.
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