Después de todo hablar con las paredes no está tan mal. Ellas son calladas, no son vuelteras y, como algunas mujeres, ocultan y muestran a la vez. Las paredes de las aulas, por ejemplo, oyen mucho más que los alumnos. Ellas están interesadas. Tienen curiosidad. Cada ladrillo tiembla cuando hablo. Y luego los muros comentan entre sí lo que escucharon. Las paredes se encuentran a veces, como algunas parejas, y se abrazan en la esquina. Mis palabras quedan vibrando en ese cruce de voluntades. Además de las paredes y los muros nadie más me escucha. ¿Para quién canto yo entonces? Para las divinas paredes del presente y el futuro.
L.
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