Durante varios meses un biólogo convivió con una manada de lobos que rescató de la furia de una madre que nunca los consideró suyos. El hombre los adoptó y los educó, no como perros domésticos, sino como lobos. Les enseñó a cazar, comer carne cruda, pescar en los ríos y aullar. Eso vi anoche en un programa de televisión. El hombre, ya con el pelo largo y la ropa hecha jirones, regurgitaba la comida para que los cachorros la extrajeran de su boca a la manera de las aves. Una vez fue herido con una rama y los lobos lo curaron con saliva. El investigador hizo luego un experimento. Colocó unos parlantes a cierta distancia y emitió los aullidos de amenaza de una manada ajena. Sus lobos respondieron como se debe, es decir, emitiendo aullidos de defensa. El biólogo les había enseñado a comunicarse. En ese punto me pregunté cómo es posible que un hombre logre comunicarse con los lobos y no sea capaz de hablar con sus semejantes. Pienso que toda falla de comunicación surge de la dispersión y la mentira. ¿Debemos regresar a lo básico y primitivo? Es posible. Amo, quiero, deseo, como, tengo miedo, extraño. Pero estas reflexiones ensombrecen la hermosa escena final: una manada de lobos liberados en un bosque del norte de Estados Unidos capaces de defenderse de otros lobos y de las inclemencias del clima. Libres pero con la gran debilidad de tener confianza en los hombres.
Andrea
No hay comentarios:
Publicar un comentario