Los auténticos sabios no van por la vida exhibiendo su saber. Al contrario. Por lo general se aíslan, dudan de sí mismos, callan más de lo que dicen, no rechazan la verdad por dura y adversa que resulte. Cada pequeño hecho los sorprende y están siempre listos a cambiar de idea con tal de acceder al conocimiento. Los sabios no dan nada por sobreentendido y esperan, sin perder el escepticismo que los caracteriza, enormes cambios en el último minuto. Los ignorantes en cambio saben todo. Resuelven los problemas más complejos con dos o tres frases que leyeron en el diario. Se tornan agresivos si se intenta discutir con ellos. Están siempre listos para mentir aún sabiendo la verdad o una mínima parte de ella. En el corto plazo los sabios pierden la carrera dado que los ignorantes son más rápidos y eficaces. Además estos últimos carecen de escrúpulos y eso los vuelve temibles. Los auténticos sabios, en cambio, se apartan silenciosamente del camino y, sin perder el escepticismo que los caracteriza, esperan siempre enormes cambios en el último minuto.
L.
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