lunes, 8 de octubre de 2012

El hombre nuevo


Suena un poco demodé hablar del hombre nuevo en tiempos del blackberry, el frappuccino y el triunfo del sistema capitalista a escala mundial. La expresión, de origen cristiana, fue retomada en los sesenta por Ernesto Guevara, también demodé. Por estos días se cumplen 45 años de su fusilamiento en una escuelita de La Higuera. Los aniversarios sirven de poco y nada tienen que ver con la evaluación de una persona. Guevara creía en la posibilidad de que surgieran en el mundo un hombre y una mujer libres de todo individualismo, capaces de sentir como propio el dolor de cualquier ser humano así viva a miles de kilómetros de distancia. La noción de hombre nuevo tiene algo de martirologio, amor al prójimo y a la austeridad, disposición a morir por un mundo mejor a la manera de Cristo. Leo al pasar el caso de una guerrillera argentina (perdón por dedicarle unas pocas líneas a una subversiva enemiga de Dios, la patria y el hogar), una guerrillera, decía, llamada Clarisa Rosa Lea Place fusilada en la ciudad patagónica de Trelew en agosto de 1972. Durante una práctica militar por el monte tucumano, donde hubo que hacer una larga y esforzada caminata, sus compañeros descubrieron que Clarisa tenía rotas las zapatillas casi por completo, y que había marchado prácticamente descalza, destrozando sus pies contra las raíces y las piedras del camino. Sé que la breve anécdota moverá a risa a más de uno. Como aquella otra donde un Guevara casi muerto, acorralado en Bolivia por los soldados enemigos y el asma, subió a una rama y se puso a leer un libro de Jack London como si nada pasara. Con esto, creo, es suficiente. Quizás el hombre nuevo, si es que existe alguna vez, sea capaz de leer un libro en una rama mientras espera acabar con dignidad su vida.
L.

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