viernes, 26 de octubre de 2012

Soledades


Grusswillis, mi gato, se queda solo cuando salgo. Pasó también hoy, a la mañana, y me dio qué pena ese animal. Sé, de todos modos, que don gato sabrá qué hacer con esas horas. Se estirará quizás como un gusano, abrirá los párpados a medias, subirá a los techos para ver qué pasa, tomará agua con los veloces movimientos de su lengua, comerá algo, soñará, quizás, con la siamesa que alguna vez amó. Su dueño, o sea yo, es tan solitario como él. Debe tratarse de un mutuo aprendizaje, o, quién sabe, de una identificación. Los dos perdimos ya dos vidas. Y a los dos nos quedan cinco. Los dos no creemos en nada ni en nadie. No puedo dejar de pensar ahora en Grusswillis, tan solo en la casa y en el mundo. Me pregunto si mi gato no estará pensando lo mismo de mí. Por suerte no es dado al sentimentalismo barato. Lo más probable es que olvide rápidamente mi situación y se rasque las uñas contra la vieja escalera, o ataque sin éxito a una polilla, o se apoltrone en el sillón de la sala y vuelva a preguntarse, como siempre, por el sentido o el absurdo de esta vida.  
L.

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