miércoles, 10 de octubre de 2012

La pureza


Le pregunto si tiene apuro por llegar a San Telmo. Dice que no. Que tiene todo el tiempo del mundo. Su respuesta me parece adecuada y no insisto. A continuación se sienta frente a la pantalla plana y cruza las piernas desnudas con lentitud extrema. Desesperante casi. Le pido disculpas por la situación. Le digo que nunca me había pasado algo así. Que de ninguna manera lo que acaba de ocurrir tiene que ver con mi comportamiento habitual. Le hablo, al fin, de la pureza que me caracteriza. Le podés preguntar a cualquiera, le digo. Ahora mismo. Podés llamar a cualquier persona que me conozca, hombre, niño o mujer, y verás. Pero ella permanece en silencio como si no hubiese escuchado nada. Ahora descruza las piernas en un gesto exasperante. Vuelvo a preguntarle si tiene apuro por llegar a San Telmo. Dice que no. Que tiene todo el tiempo del mundo.
L.

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