L.
lunes, 14 de julio de 2014
Después del mundial
La Argentina pudo haber ganado el mundial ayer. Pudo haberlo ganado con seguridad. El puro azar lo impidió a último momento. Pasa en el fútbol como en la vida. Sé que lo que acabo de afirmar molestará a más de uno. Hay un miedo visceral a las casualidades. Salvo para los que que están conectados íntimamente con los astros (pobres) la existencia se compone, diría Silvio, de una serie más o menos confusa de causas y azares. Aceptar esa idea nihilista implica de paso resignarse a un camino imprevisible. Vivimos a la intemperie, no estamos predestinados a nada, nos pueden pasar todo tipo de cosas buenas, malas o no tanto. En lo personal hubiera preferido que Argentina le ganara a Alemania porque lo merecía. Me gustaban los jugadores y el técnico, Sabella, un hombre sencillo, culto, solidario y experto en su materia. Un hombre con historia, además. Pero nada puede añadirse a la fría frialdad de los hechos. ¿Por qué tanto miedo a lo azaroso? ¿Acaso no debemos a ese factor que nos ocurran a veces las cosas más lindas de la vida? ¿No son fruto del azar los surrealistas, los cuadros de Dalí, los divinos encuentros, los besos robados? Ya sabemos cómo es. Buscamos las medias y encontramos la llave. Marcelo, un amigo, desembarcó hace años en mi taller de escritura por error. Vio un cartelito con mi apellido en una facultad y lo confundió con el de un filósofo célebre. Anotó el teléfono a las apuradas y acabó sumándose al grupo. Como consecuencia de ese paso casual, también de su talento, retomó la narrativa olvidada y publicó ya tres novelas. Dicen por ahí que las casualidades no existen. Yo creo que sí. Y que gracias a ellas nos enamoramos, nos desenamoramos, viajamos, ganamos o perdemos mundiales y hasta respiramos si nos dejan. Entregarse a la vida. Entregarse amorosamente a la ley sin leyes del azar.
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