Las mal llamadas malas palabras suelen ser las mejores. Por eso las usamos o las soñamos o las escribimos. Porque las mal llamadas malas palabras son muy buenas. Y son buenas porque dicen lo que de verdad queremos decir ya sea para insultar a alguien o para sentirnos cómplices, prójimos y próximos. Las mal llamadas malas palabras alivian y dan color y calor a los días. La única objeción contra ellas es el abuso, es decir, usarlas demasiadas veces. En este último caso ocurre lo que le pasa al boxeador virtualmente derrotado que sigue recibiendo más y más trompadas. El efecto se amortigua. Ya no se siente. Las mal llamadas malas palabras merecen tener en el discurso su lugar de privilegio. Si se acumulan se amortiguan. Ya no se sienten. Diferente es el caso de las piedras preciosas que son preciosas, justamente, porque saben brillar en el espacio de manera única y contundente. Las mal llamadas malas palabras suelen ser las mejores. Por eso deben ser usadas, sí, en el momento exacto.
L.
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