L.
jueves, 3 de julio de 2014
Mi gato
Hace algún tiempo encontré a mi gato muerto en la esquina de mi casa. Supongo que un vecino lo envenenó o algo parecido. Quizás me equivoque. Mi gato, llamado Grusswillis por un chiste de mis hijos, tenía entonces 16 años y según me han dicho esa suele ser la edad a la que mueren los gatos. No tengo mucho para decir. O sí. Pero eso no le importa a nadie más que a mí. Gruswillis me acompañó en tiempos duros o no tanto. Nunca decía nada. Me acompañaba sin cobrar por ello más que agua, comida, piedritas, una o dos caricias de las que no molestan. Pensando en él escribí cerca de veinte relatos donde le atribuyo amores y viajes frustrados, una incursión en el guevarismo trasnochado, algunas lecturas y hasta una rara experiencia psicoanalítica. Quien quiera conocer las increíbles aventuras de mi gato puede leerlas aquí poniendo el nombre en el buscador. Había anunciado que no iba a decir nada y ya dije bastante. No puedo superar la pérdida de mi gato. No puedo hacerlo de ninguna manera. Ayer reapareció acá por casualidad y caí en un pozo de aquellos. Grusswillis, uñas de gladiador, cola mirando al cielo, ojos pensativos, testigo de tantos silencios y llantos y besos de esos que se dan una vez en la vida. Mis amigos dicen que termine ya con esto. Que me consiga otro gato y asunto arreglado. No digo nada. Sonrío apenas y cambio de tema. Para mí las cosas están demasiado claras en ese punto. Yo sólo quiero aquél.
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