Ya fui casado, tuve hijos, fui a París, escribí en diarios, canté en portugués, fui pato del torrente y pez banana. Me desnudé ante mujeres que lo pidieron o casi lo ordenaron. Leí libros largos, vi el mar, fui clavo, luna, copa de anís. Quedé solo en el cuarto elegido. Playa vacía. Radios mudas. Y fue entonces cuando ocurrió el accidente. Contar lo que pasó sería tedioso y vano. Se desprenderían palabras sueltas como puente, montaña, ascensor, escalera, sillón, nieve, isla, beso y todo así. El episodio completó un ciclo. Estuve internado en un pozo deslumbrante. Lo que vino después carece de importancia. Podría mencionar a mis discípulos, a mi gato muerto, la resaca de los días, la voz ronca del maldito carnicero. Debería mostrar mis títulos de sabio fraguados en Perú, mis calzoncillos limpios, mi remera verde y sin mangas, un cuadrito donde se ve un molino atrás de algunas casas. Hoy le moulin ha dejado de girar en mi cabeza. Y esto que parece tan banal es lo que llenará el papel antes de doblarlo y meterlo en la botella dirigida no sé a quién.
L.
L.
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