jueves, 10 de julio de 2014

Un beso en tres actos

El gesto distanciado y frío de Fernando Pessoa (1888-1935) se desarmó en una única vez. El poeta estaba en la oficina acompañado por una empleada llamada Ofelia Queiróz con quien apenas había tenido trato. Hasta el cadete se había ido. Fernando fue a buscar una lámpara de petróleo. La encendió y la puso encima de una mesa. Un poco antes deslizó una carta sobre el escritorio de Ofelia donde se leía un pedido perentorio: le ruego que se quede. Inicialmente ella obedeció. Pero al caer la noche se puso el saco y se despidió precipitadamente. Entonces Pessoa se levantó, con la lámpara en la mano, y de repente empujó a la mujer contra la pared. Sin que ella lo esperase la agarró fuerte por la cintura, la abrazó y sin decir palabra la besó profundo como si estuviera loco. Fue, quizás, el único instante en que el amante visual se tornó desmesuradamente carnal.
L.

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