Mirada desde abajo la mujer parece enorme, lejana, desparramada como un árbol. La figura se prolonga casi infinita perdiéndose en la penumbra del cielo. Tenso el vientre, altas y combadas las piernas, una abigarrada sucesión de redondeces que se insinúan en las nalgas, en el vientre, en el pubis, en los pechos erizados. Desde abajo la mujer es más sorprendente que vista de perfil. Y cuando se quita la ropa, sin pudor ni obscenidad, termina siendo un conglomerado de nudos, pelitos y perturbaciones, una fuerza capaz de provocar reacciones imprevisibles y aún desesperadas.
L.
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