viernes, 6 de abril de 2012

Erotismo y literatura

La literatura erótica no existe. Ni siquiera podría hablarse de lencería erótica o películas eróticas. Nada exterior al deseo es capaz de aumentar el deseo. Se supone que sí y de ahí la fe en instrumentos determinados, los juguetes, que al parecer acentúan la agitación de los espíritus. Hay sí buena literatura que por momentos aborda con franqueza inusitada el sagrado acoplamiento de los cuerpos. Pero la calidad, al igual que el humor, no se logra en esos textos gracias a una intención premeditada. Nada menos gracioso que alguien que quiere hacerse el gracioso. Nada calienta menos que una máquina dedicada a ese fin. Hay dos libritos de Marguerite Duras que son eróticos sin querer (Hombre sentado en el pasillo / El mal de la muerte). Hay novelas de Juan José Saer (La ocasión/ El limonero real) con una sexualidad especialmente intensa que se cuela entrelineas. Hay momentos o capítulos de Rayuela, por citar otro caso, donde Cortázar nos deja sin aliento pero encendidos. Eso ocurre por azar. No tiene que ver con planes. Ni el amor ni el erotismo suceden como resultado de un proyecto de trabajo. ¿Acaso la cocacola destapa la felicidad como se lee en los carteles publicitarios? ¿También el deseo es un consumo? Vivir, amar y escribir sin intención. Ahí, quizás, está la clave de toda la cuestión.
L. 

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