No me gusta vivir experimentando. Eso hacen los bioquímicos en los laboratorios. Me entrego a las experiencias. Eso sí. Entré a Facebook por culpa de un buen amigo que me metió ahí sin consultarme. Su argumento fue que los blogs "ya fueron" y que yo debía modernizarme y entrar en la gran red universal. Una vez ahí empecé a interesarme, a leer perfiles de otros, a sorprenderme con algunas fotos curiosas, a reencontrarme con tal o cual amigo de otros tiempos, a espiar fotos de chicas en bolas o casi. Hasta una ex compañera de la secundaria apareció y algunos queridos escritores peruanos y chilenos. Lo cierto es que antes de Facebook yo era una persona normal. Digo normal porque no se me ocurre otra palabra. Trabajaba, comía, me duchaba, leía, escribía, preparaba mis clases, cocinaba, le daba de comer al gato y a los peces, lavaba los platos, en fin, ese tipo de cosas y otras que por pudor no pueden contarse acá. Facebook me sacó de la hermosa rutina y me metió de cabeza en un manicomio. Al principio me dejé llevar por el juego. Me pareció entretenido el intercambio constante, la actualización de fotos, de datos e ideas. Hasta pensé que esa red iba a convertirse en un blog paralelo a éste, es decir, iba a poder duplicar la cantidad de lectores y posteos, mi escritura se iba a multiplicar y hasta iba a predicar como Jesús en el desierto. Qué absurdo. No quiero hacer de esto un problema moral ni una crítica de costumbres. No le discuto a nadie su derecho a permanecer feliz en las redes sociales. Yo decidí hoy, recién, abandonarlas a todas para preservar mi salud. Apenas seguiré adelante con Suspendelviaje sin que se convierta, también el blog, en una obsesión enfermiza. Habrá quizás menos posteos pero mejorará la calidad. Esa, al menos, es la apuesta. Y casi todo lo demás es/será silencio y pura vida.
L.
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