Cosas como la hostilidad, la indolencia, la falta de deseo, las depresiones, las euforias extremas, los enojos familiares e incluso de pareja se resolverían, al menos en parte, si los protagonistas tuvieran algo esencial y propio de lo que ocuparse. La falta de causa es la causa del desastre. Hablo de proyectos personales, tareas diversas, ocupaciones interesantes, pasiones de cualquier tipo. Cuando eso falta lo que solemos hacer es gastar la energía que debería estar puesta en cualquiera de esos temas, o en todos, en inútiles confrontaciones, ataques, mezquindades, paranoias graves, pensamientos oscuros y aún peligrosos. Eso nos envejece mucho más de lo necesario. Eso nos paraliza y nos encierra. Encontrar la causa, entonces, es por lejos la tarea central. Postergar o negar la causa, en cambio, es la causa del desastre individual y colectivo.
L.
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