Llamamos amor a algo totalmente desconocido y ambiguo. Tendríamos que aceptar que se trata apenas de una palabra o, mejor, un significante que cada cual carga de sentido y adapta cómodamente a sus necesidades. De no ser así cabe preguntarse qué sentido tiene o tendría decir que el amor mueve montañas. ¿De verdad? ¿El amor mueve montañas? O asegurar que tal o cual persona murió por amor. O que se sometió a las peores vejaciones por amor. O que renunció a sus proyectos personales por amor. O que mató, incluso, por tan digno motivo. Una palabrita que sirve para designar tantas cosas ("el amor me cambió la vida", dice alguien) no puede ser tomada en serio. Admitamos al menos que despojado de contexto el vocablo amor no sirve para nada. Y si aún así se lo usa conviene ser cautelosos. Ya Freud enseñó que de lo sublime a lo ridículo media un solo paso. Más allá de eso resulta evidente que el amor acepta versiones demasiado elásticas e imprecisas. Tanto se habla de amor que, como mínimo y para curarse en salud, convendría sospechar.
L.
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