Las ciudades del mundo están colapsando gravemente. El origen del problema está en el individualismo exacerbado. La supuesta comodidad del auto ha vuelto intransitables calles y avenidas y no sólo para los que caminan sino, fundamentalmente, para los propios automovilistas. Estos últimos fueron estafados por la publicidad y por las empresas que lucran con la venta de combustibles. Los resultados están a la vista. Resulta ya imposible circular en auto a más de veinte kilómetros por hora en el casco céntrico. Quedaría una solución consistente en suprimir las ciudades. Tarde o temprano habrá que eliminar también los autos cuya atención requiere, para el ciudadano medio, más de mil quinientas horas al año. Treinta por semana. Cuatro por día. Ni hablar del gasto económico que esto significa. La privatización de la vida se extiende a todos los campos. Si cada una de los trece o catorce millones de familias francesas (es un ejemplo) quisiera disponer apenas de diez metros propios de costa marítima, Francia debería disponer de la imposible extensión de 140 mil kilómetros de playa. En resumen. Si se pretendiera democratizar a fondo el uso de autos y playas no quedaría otra solución que instaurar el tan criticado colectivismo. La consigna de socialismo o barbarie, propuesta por Castoriadis, sigue vigente.
L.
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