martes, 28 de agosto de 2012

Colombia desde cerca

Se me hace difícil hablar de Colombia. Intenté hacerlo una vez y un lector colombiano se enojó. Pensó que yo hablaba mal de su país, que no tenía en cuenta sus bellezas naturales, que mi visión era negativa y obviamente anticolombiana. De poco sirvió aclararle a ese lector que no es así. Que quiero a Colombia más que a mí mismo. Pero estoy más o menos informado de lo que ahí ocurre y eso me duele y, lo siento, el dolor es fuerte. Podría hacerme el tonto y mirar hacia otro lado. Muchos lo hacen y les da resultado. Podría decir qué rico el café y las achiras, qué lindo Cartagena, qué buena gente son los colombianos todos y terminar diciendo que el riesgo de ir a Colombia es que uno quiera quedarse. Puedo incluso repetir esta última frase o eslogan pero en un sentido opuesto. Quedarse en Colombia implica ciertamente un riesgo altísimo y admirable. No diré esta vez por qué. Cada cual, allá, lo sabe mucho mejor que yo. Me gusta Carlos Vives, me gustan los vallenatos puros, me gusta el currulao, las arepas, el ajiaco, las mujeres del llano y de la costa y tantas otras cosas. Pero no puedo mirar para otro lado. Sé que los ríos colombianos arrastran más cadáveres que agua y conozco las razones de semejante contrasentido. Me gustan los ríos de agua y no los ríos de sangre. Llevo a Colombia en el corazón y sé que este posteo será, también, duramente criticado por los héroes de la patria. Pero no pierdo las esperanzas. Ya volverán los ríos con agua y peces. No puro centro sino pura agua. Volverán de todos modos alguna vez esos ríos.
L.

No hay comentarios:

Publicar un comentario