El primer fantasma que recorrió las calles de Trelew luego de la masacre fue el propio capitán Luis Emilio Sosa, uno de los ejecutores del fusilamiento ocurrido el 22 de agosto de 1972. Días después del hecho, varios testigos aseguraron haberlo visto en el barrio de la marina, borracho y cantando marchas marciales con la lengua amortiguada por el licor. Otros dicen que Sosa entraba en los cafetines de la ciudad disparando hacia las sombras con una ametralladora inexistente. Pasó el tiempo y la presencia del fantasma se fue diluyendo por la costumbre, mientras que el destino final del verdadero Sosa se convertía en uno de los secretos mejor guardados de la Armada argentina. Cuarenta años después, el capitán volvió a pisar suelo chubutense evocado por el llamado de una justicia tardía. Llegó en compañía de otros marinos menos célebres y más misteriosos que él: Rubén Paccagnini, ex jefe de la base aeronaval Almirante Zar; Emilio Jorge Del Real, capitán de fragata; Jorge Enrique Bautista -juez ad hoc de instrucción militar- y Carlos Amadeo Marandino, cabo de la marina. Todos ellos están acusados de haber ordenado, ejecutado y encubierto la masacre. Sus rostros dan cuenta del paso del tiempo. En contraste, la imagen de los 19 militantes asesinados se mantiene y mantendrá por siempre joven.
A.
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