Las plantas demasiado regadas se ahogan y mueren. Eso lo sabe o lo intuye cualquier persona con sentido común. No hace falta siquiera estudiar los rudimentos de la jardinería casera. Las plantas tienen sed pero no tanta como para tragarse cinco o siete baldes llenos. Cabría entonces formular algunas preguntas. ¿Por qué abundan los ilimitados y obstinados regadores de plantas? ¿Por qué si dicen amarlas tanto acaban destruyéndolas? El tema puede ser extendido a otros ámbitos y/o situaciones diversas. Al amor por ejemplo. O a distintos oficios y actividades humanas como la política. Es un error suponer que el deseo propio es compartido por los demás por el sólo hecho de ser un divino deseo. Hubo en el pasado grupos de hombres y mujeres rebeldes que deseaban con razón un mundo justo. Desde ese estado amoroso pero fuertemente subjetivo imaginaban calles cubiertas de obreros, campesinos, estudiantes y soldados que portaban banderas y flores perfumadas en las manos. Soñaban con eso aún frente a la desoladora evidencia de calles irremediablemente vacías o cubiertas de autos recién estrenados. Las mujeres, como las plantas, suelen cansarse de los amantes obsesivos que no dejan de regarlas con las aguas más puras y recónditas. Es hermoso desear. Depende la vida de eso. Pero en cualquier caso no estaría mal, de tanto en tanto, darse una vuelta por el mundo de los hechos reales.
L.
No hay comentarios:
Publicar un comentario