sábado, 25 de agosto de 2012
Dos + dos = 0
Una película argentina estrenada recientemente en Buenos Aires (Dos más dos, de Diego Kaplan) propone el viejo tema de las relaciones abiertas, el intercambio de parejas, los clubes de swingers, etcétera. El asunto encarado ya es tedioso. La práctica en sí ya es patética. La supuesta teoría que sostiene al ejercicio anatómico es tan simple como sospechosa. Dado que una pareja "cerrada" se aburre es mejor una pareja "abierta" que se divierte y vive sus días con plenitud. Parecería entonces que el intercambio sexual entre parejas llega para salvar al mundo amoroso de la inevitable monotonía. Un swinger sería, en conclusión, un ser desestructurado. Y quien se resiste a adoptar esa opción sería una persona carente de amplitud. Freud se ocupó del tema a principios del siglo pasado en su ensayo El malestar en la cultura. El buen cine, sobre todo el europeo, también lo hizo en los sesenta y setenta. Ni el amor ni el cine ni nada, tampoco los blogs, cumplen la pobre función de entretener. Para eso están los juguetes, las mascotas, la televisión y las redes sociales. La multiplicación sexual y afectiva sólo contribuye a empobrecer los vínculos hasta disolverlos en una fiesta ominosa y desesperante. El cine comercial no es inocente. No sólo "entretiene" sino que también, como en este caso, baja línea. Los singwers o como se llamen no saben qué hacer con su vida. En eso deberían pensar un poco al menos antes de convertirse en animales sin gracia ni encanto.
L.
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