Y de pronto el hombre pierde todo aquello a lo que se aferraba. De eso dependía todo y acaba de extraviarlo. Pierde a la mujer amada, pierde los documentos nacionales de identidad, el pasaporte actualizado, el kilo de tomates que había comprado recién, la caja de preservativos, las fotos de infancia, el pañuelo perfumado que le dejó una princesa, la lata de atún, la guitarra eléctrica, la plata, las tarjetas de crédito, es decir, TODO. Y de pronto el hombre comprende que sólo se tiene a él mismo, a su gato, las dos sábanas manchadas el martes, algunos libros y dos o tres fósforos mojados. Así la vida es imposible, piensa el hombre. Ya nada tiene sentido, piensa también. Está solo, casi desnudo, nada por aquí ni por allá. Y en semejante estado de desamparo el hombre empieza a caminar lento, muy lento, con la obsesiva idea de llegar a ningún lado.
L.
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