lunes, 27 de agosto de 2012

Supongamos


Supongamos que fue martes. Pensándolo bien pudo haber sido un miércoles o un viernes. Acaso un jueves. El dato, en realidad, carece de importancia. No pudo haber ocurrido un sábado y mucho menos un domingo. Esto último es seguro. Los fines de semana de ninguna manera son días propicios para que ocurra lo que aquel día ocurrió. Pero, como decía, saberlo tampoco agregaría mucho a lo central. Ni siquiera sé por qué me detengo en semejantes tonterías. Lo que importa de una historia es la historia misma y no las coordenadas de tiempo y lugar. ¿Fue este año o el anterior? ¿Pasó en la playa o en un campo más bien árido y sin gracia? ¿Acaso en la montaña? Pensándolo bien la historia en sí tampoco importa demasiado. Y si alguna vez importó ya no porque se trata de algo instalado para siempre en el pasado. Los hechos del pasado han caído definitivamente. No hay manera alguna de reconstruirlos por más significativos que hayan sido. Dicho mejor aún. Si fueron importantes para mí, es decir, si tuvieron que ver con mi experiencia más íntima y profunda, no hay manera de transmitirlos. No se inventaron aún las palabras para narrar y compartir una vivencia como esa. Entonces la conclusión de este breve relato es tan obvia que no merece atención. Nada verdaderamente importante puede ser compartido con nadie. 
L.

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