Cuando ella y yo bajamos a la playa las olas cumplían un viejo ritual. El mar se rompía en manchas de espuma incierta. El mundo acababa de nacer y nadie estaba muerto. Pensé que una foto sería un buen sitio donde pasar la noche. Ella se descalzó. Antes se había sujetado el pelo con una cinta. Yo permanecí atrás, callado, cuando por fin la miré a través del visor. El universo se mostró de pronto recortado. Nadie decía nada. La única señal clara en ese cuadro era el perfil de la mujer que ahora se había detenido a observar el océano como quien no acaba de entender lo que está viendo. Todavía me duele su cuello. Todavía no sé lo que pasó. De pronto una gaviota empezó a disputarle espacio al viento. Yo disparé, se escuchó clic, y alguna cosa se imprimió en algún lado. Ahora miro la foto en la pared. Decir esto ha sido es decir que no será. Cuando ella y yo bajamos a la playa el mundo acababa de nacer. Una canción habla de eso. Anoche no pude dormir. Esta historia empezó cuando ella y yo vivíamos sin planes, dejándonos llevar y traer por la marea. El resplandor finalmente se produjo. Pero los pactos no eran su destino.
L.
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