domingo, 26 de enero de 2014
Paula
La discusión de anoche empezó porque la comida estaba fría. La comida esta fría, insistió Paula y arrojó los cubiertos al piso. Intenté decirle que no era para tanto, que podíamos hablar con el mozo, quejarnos, buscar incluso otro lugar. Paula no quiso saber nada. Encima me dijo que estaba angustiada y no sabía por qué. Con mi tono habitual de maestro de escuela le dije que la angustia no era algo malo, que, al contrario, era una señal de vida. Estábamos para entonces haciendo la fila del supermercado. Una fila demasiado larga y pesada. Le dije que yo no tenía paciencia para llegar hasta el final. Las cosas siguieron su curso y, cargando cada uno una bolsa, caminamos lentamente hacia la casa. En la avenida había una protesta por falta de luz. Se veían policías por todas partes. Caminamos en sombras y no sé por qué se me ocurrió preguntarle a Paula por un amigo, colombiano como ella, con el que se estaba viendo demasiado. Le pregunté si ya no me quería. Le dije que si pasaba algo me lo dijera claramente. Le dije que lo de la comida y la angustia fue un pretexto. Paula me pidió que la abrazara y lo hice. Más fuerte, ordenó. No la contradije. Todavía más fuerte, insistió. Después vimos una película, leímos un poco y nos dormimos pegados uno contra el otro. A esa hora la comida no estaba ya tan fría.
L.
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