miércoles, 22 de enero de 2014

Luna III

Las diosas romanas eran hermosas porque se bañaban desnudas bajo la  luna creciente. Johannes Kepler, el astrónomo de los sueños y las fugas, sostenía que la vida en nuestro satélite natural es más fértil que en la tierra. Y pensaba que si bien allá todo es de menor tamaño resulta en general más equilibrado. Hasta Fritz Lang, el cineasta, imaginó en 1929 a una mujer que camina sin miedo ni escafandra por una luna dulce y tierna. ¿Por qué negarnos a vivir ahí? Durante años creímos que el escapismo es un vicio de hombres y mujeres sin fe. Fuimos educados en una conciencia extrema de lo real. Debíamos leer cinco diarios por día, escuchar la radio como enfermos y no dilapidar el tiempo en inventar burbujas nuevas en el desierto de los ruidos. Pero ahora que la historia terminó, ahora que el mundo se ha transformado en un pequeño y maravilloso infierno, la idea de vivir en la luna puede ser la salvación para todos. Derivar sin prisa por el mar de la tranquilidad, beber directamente de los volcanes azules o hacer el amor a cualquier hora -aprovechando la complicidad del lado oscuro- son sólo algunas de las actividades posibles. Allá no hay penas ni puñales. No hay órdenes que cumplir ni preguntas que contestar. Y encima no es preciso llevar nada. Corazón, deseo, alegría y besos es todo lo que hace falta en la luna para vivir. 
L.

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