No sé cómo fue que adopté la nacionalidad brasileña. Creo que todo se debió a una confusión. Pero eso ahora no importa. Mi tercera novia fue brasileña y se llama Lea. Es morena y un día vino a mi casa en Buenos Aires. Yo la había conocido en Perú pero eso no viene al caso. Creo que Lea me enseñó todo lo que debe saberse sobre el sexo y el amor. Tenía un cuerpo bellísimo. Era un cuerpo exagerado en todos los sentidos. Hace tiempo que no la veo. Hace tiempo que no veo a nadie. En una carta Lea me dijo que los que sufrimos del mundo somos los que en realidad estamos vivos. Los autodenominados felices están muertos pero no lo saben. Con eso me conquistó. Brasil es más de lo que la gente cree. Allá, aún en medio de terribles desigualdades sociales y contradicciones insalvables, está la idea de disfrutar la vida mientras dure. Como el amor. Que sea eterno mientras dure. La naturaleza es apabullante. El litoral marítimo no podría ser más hermoso. Las formas de las mujeres imitan a la forma redonda y turgente de los morros, las flores y las islas. Uno de mis poetas preferidos es brasileño y se llama Manuel Bandeira. Los cuerpos se entienden pero las almas no, escribió. Mi cantor preferido es brasileño y se llama Chico Buarque de Hollanda. La mejor cantante de Brasil también es mi ídola y se llama Elis Regina. Se suicidió un domingo como éste. Una de mis escritoras más queridas es brasileña y se llama Clarice Lispector. Me gustan las playas secretas de Buzios. Ferradurinha es la mejor. Me gustan las rocas del Arpoador en el límite entre Copacabana e Ipanema. Y tantas otras cosas me gustan de Brasil que no quiero pecar de fanático o idealista. Igual no creo que haya que viajar a ningún lado para sentirse bien. Mejor es quedarse y soñar, por ejemplo, con la ciudad histórica de Ouro Preto. O con la Isla Grande en un día, justamente, como el de hoy. Soy ahora brasileño. Quién sabe mañana.
L.
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