martes, 28 de enero de 2014

Tanto

Tanto me une a Paula que ni siquiera importa que ella no exista. ¿O será que existe y aún no me enteré? Es tan grande la afinidad, la conexión, los silencios que entre los dos llenamos con más silencio, que llega a ser desesperante. Miramos el mundo casi con los mismos ojos. Pensamos al unísono. Soñamos casi con las mismas cosas y, claro, sé que cualquiera podría decir con razón qué aburrimiento una pareja tan unida, qué repetición eterna, bien sé que alguien podría decir eso y mucho más. O recordar que el amor se nutre de las diferencias. O que si hay tanto en común se acaba la sorpresa. Y que sin sorpresa no hay amor ni atracción que se sostenga. Tampoco hay humor ni salidas ni diversión. Un solo ser puede convertirse en algo narcisista, poco estimulante, sin contradicción ni estímulo. Pero Paula y yo estamos lejos de esas consideraciones. Miramos a veces la hoja de un árbol durante horas (o la orilla de un mar) y luego nos quedamos dormidos y abrazados hasta el día siguiente. No le hacemos mal a nadie. Pero sabemos que todo, incluso aquello que nos une, va a terminar un día. Pero ni siquiera eso nos preocupa. Ni eso. Pero sí. Tener tanto en común llega a ser desesperante.
L.

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