martes, 28 de enero de 2014

Un día perdido

Y de pronto la clara sensación de haber perdido el día. No es fácil de explicar. Antes habría que preguntarse qué es o qué sería ganar un día, quiero decir, cuándo una persona puede afirmar que aprovechó el tiempo, que le dio un uso total y pleno, que no lo dejó escapar entre los dedos como escapa la arena. Y de pronto la clara sensación de que el día, un día entero, pasó de largo a la manera de un pie ligero y descalzo en la playa, es decir, sin dejar siquiera una huella leve, como la baba de un caracol de tierra, o como la espuma de una ola que acaba de disolverse por el viento o quién sabe por qué, un día echado a la basura como una botella que debió llenarse de algo pero quedó vacía, sin tapa, aplastada en la cima de una montaña de basura, pero la duda, claro, esa duda que uno tiene siempre acerca de la utilidad de las horas, la clásica pregunta por el sentido, eso de para qué estamos aquí, qué significa perder el día, y a quién rendirle cuentas de semejante desperdicio cuando la vida es tan corta y absurda, tan ajena y desnuda y sola como la mujer del médano, aquella que ahora se envuelve en un chal y canta bajito con la clara sensación ya no de haber perdido un día sino la existencia toda, esa que ahora podría verse como un día, sí, demasiado largo.
L.

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