lunes, 4 de abril de 2011
El nadador
Cuando uno entra al océano -para nadar o ver la costa desde lejos- hay un punto de fuga. No es fácil establecer cuál es el punto exactamente. Las olas van quedando atrás, no hay ya rompientes, se inicia una especie de sábana blanda y ondulante, el universo se reduce a una superficie apenas erizada que invita a seguir. El cuerpo flota, los brazos se alargan, las piernas empujan más por costumbre que por decisión. ¿A partir de qué lugar empieza a ser peligroso seguir alejándose? Cuando uno se formula esa pregunta entiende que ha ido demasiado lejos. Y ese es, quizás, el momento de volver.
L.
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