martes, 12 de abril de 2011

Modelo vivo


Cuando asistí por primera vez a un taller de arte, el maestro intuyó mis miedos de principiante y dijo que para un artista no existe nada más inexpresivo que la hoja en blanco. Tenés que calentar el papel, me explicó. Y fue así que empecé a hacer mi dibujo de la modelo. El papel estaba aún en completo estado de virginidad. La chica era rubia y silenciosa pero no era virgen. Había sido novia de Luca Prodan y un día me contó que en noches difíciles se juntaba con él a tomar ginebra. Ahora ella se sacaba toda la ropa delante nuestro con una mirada cercana a la ebriedad. En las primeras clases yo estaba perturbado por la situación. No es lo mismo dibujar una botella que una mujer sin ropa. Y eso es así por más profesional que uno sea. El deseo sopla donde quiere. Y la sexualidad, alentada por la prepotencia de la naturaleza viva, tampoco está ausente en el taller de arte. El maestro me decía que los trazos iniciales de carbonilla sobre el papel le dan textura y lo preparan para la acción. Por más torpes que sean esas inscripciones ya constituyen una base que sirve de fondo para empezar. Hace rato que el papel se había calentado con infinitos trazos. Y ahora, desde la hoja sujetada con chinches al tablero, me miraba una mujer desnuda, rara, desconocida.
L.

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