martes, 5 de abril de 2011

El empleo del tiempo


Gilles Lipovetsky informa que los franceses ven cien mil horas de programas audiovisuales a lo largo de su existencia. Eso equivale a un total de once años dedicados por completo a una actividad escencialmente pasiva y embrutecedora. Iván Ilich da cuenta de que el norteamericano medio  dedica al año más de mil quinientas horas diarias, sábados y domingos inclusive, a su auto. Semejante cantidad de tiempo es utilizada para manejarlo, arreglarlo, pagar la patente, hablar del tema, etcétera. George Steiner dice que el 80 por ciento de los adolescentes de casi todo el mundo no saben ni pueden ya leer o estudiar en silencio. Conectan algún equipo de música o mantienen encendida la TV en el cuarto de estudio. Junto estos datos al azar para tratar de entender el pobrísimo nivel de unos textos periodísticos corregidos anoche. Fueron escritos por un grupo de alumnos pertenecientes a una universidad privada con sede en Puerto Madero. El nivel de esos textos es más bajo que el de una escuela primaria. Estos chicos y chicas de alta clase se expresan con un lenguaje tan elemental y desarticulado que llega ya al nivel de la onomatopeya y al gruñido de las hordas primitivas. O aún más bajo. Busco razones y no las encuentro. ¿El origen estará en la sociedad capitalista de consumo? ¿La culpa la tendrá un mundo que privilegia la información sobre la formación? ¿Será ésto la demostración que faltaba para confirmar la disolución mediática del mundo? Hoy, en un rato, hablaré con ese grupo de alumnos. Voy a pedirles que apaguen sus celulares y las computadoras. Que lo hagan al menos por unos segundos. Voy a tratar de saber cómo pasan el día esos chicos. Seguramente ahí está la clave y la explicación de un desconcierto, el mío, que está muy cerca de la desesperación.
L.

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