Ya nadie lee poesía salvo como un hecho excepcional. A lo sumo se trata de una especie de accidente o desperfecto que pronto es reparado.Es una pena porque así como se han perdido especies animales y vegetales -también idiomas enteros-, así como se han perdido ríos y frutas y amores, la vida sin poesía, ese conjunto de palabras que está antes o después de la palabra, se empobrece notablemente. Poesía es algo distinto al lenguaje convencional. Es lo idealizado y bello aunque su asunto sea terrible. Ninguna poesía ha calmado el hambre o remediado una injusticia social. Pero su belleza puede ayudar a sobrevivir ante todas las miserias. Todo poeta de verdad, no hablo de aquellos que van a lucirse en veladas a micrófono abierto, es sobreviviente de una perdida edad. La poesía es una enferma grave a la que se le toleran algunos caprichos en espera de su muerte futura y segura. El capitalismo intenta matar la poesía para convertirla en objeto de lujo y lucirla luego como curiosidad en los centros comerciales. Para qué insistir. Ahí están César Vallejo, Jorge Teillier, Pizarnik, Safo de Lesbos, Li Po y tantos poetas chinos, árabes o egipcios de la antigüedad. También Rimbaud, el mejor Neruda y hasta el creacionista chileno Vicente Huidobro o el brasileño Drummond de Andrade. Y eso para no nombrar a Federico García Lorca (El día que yo me muera /Dejad el balcón abierto). Religión natural del hombre, larga y prolongada vacilación entre sonido y sentido, la poesía es, ha sido, para Lacan, una violencia que atenta contra el uso cristalizado de la lengua. Por eso, justamente y ante la lengua congelada y torpe que ya no sirve ni para besar, la poesía es lo único que podría salvar al mundo de la imbecilidad cotidiana.
L.