viernes, 16 de septiembre de 2011

Ideales

La última persona que vio con vida a Ernesto Guevara (antes de su fusilamiento en la escuelita de La Higuera en Bolivia) fue una maestra rural. Ambos mantuvieron una breve conversación. La mujer no podía creer que un médico renombrado y culto, joven y hermoso, hubiese terminado en semejante estado de desastre. Sucio, enfermo, a punto de ser ultimado como una rata. La maestra quiso conocer la causa o las causas. Guevara se limitó a responder con una única palabra. Ideales. No soy quién para discutir con el Che. Además está muerto. Admito que el acto de inmolarse por un ideal es algo que suena bien. Religioso. Heroico. Pero, visto de otro modo, puede ser una salida fácil. Mucho más fácil que ensuciarse con la indigna vida cotidiana. Sus sinsabores. La inaguantable gama de grises. La noción de ideal resulta más encantadora. Pero habría que ver. Lacan decía que, de última, los ideales son depresivos. ¿Por qué? Porque junto a ellos todo lo que hay resulta pobre, insignificante, casi estúpido. Y esa sensación de estar sumido en la mediocridad no resulta para nada alentadora. Vivir sin ideales, en cambio, obliga a soportar lo que le falta a todas las cosas. Ernesto Guevara no pudo. ¿Quién podría? No hay respuestas por ahora. 
L.

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