jueves, 29 de septiembre de 2011

The killers


Los asesinos no tienen cara de asesinos. Eso lo aprendí esta tarde, en una pequeña sala tribunalicia de la calle Comodoro Py, Buenos Aires, Argentina, asistiendo a una audiencia relacionada con hechos atroces ocurridos aquí en los años setenta. Creo haber estado a no más de un metro de Alfredo Astiz y el Tigre Acosta entre otros seis o siete integrantes del grupo de tareas 3.3.2 que operaba en la Escuela de Mecánica de la Armada. También estaban ahí el médico Carlos Capdevila, asistente de torturas, el secuestrador Donda, Rolón y algunos más. Todos secuestraron, torturaron, asesinaron y violaron mujeres. Pero ninguno tiene cara de malo o criminal. Al contrario. Los más ancianos parecen buenos abuelitos. Astiz, con su jopo ladeado, hojea revistas como si fuera un adolescente. Lo hace mientras hablan los fiscales o sus propios abogados. Alguno se duerme. Otros parecen escuchar desde lejos como si se hablara de hechos remotos y ajenos. Habrá que estar alerta. Los asesinos no tienen cara de asesinos. Hasta es posible que estemos durmiendo con el enemigo y ni sospechemos el peligro. 
L.

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