No es difícil hablar con otros. Al contrario. Es lo más fácil que hay. Es así. Se elige un tema al azar, no sé, la falta de monedas, los juegos olímpicos, el sexo en la oficina, algo del clima o el gobierno. Lo que mata es la humedad, claro, pero lo que verdaderamente mata son las conversaciones. Se arman con una facilidad notable. Y una vez puestas en movimiento no paran. Adoptan caminos inesperados e interminables. Los granitos del reloj de arena caen y caen hacia abajo o hacia arriba mientras las personas se entregan a intercambios que no son tales, comentarios que no son tales, voces que rápidamente se evaporan como vapor de agua muy hervida. Otra ventaja de eso que llaman conversación es que la actividad puede desarrollarse personalmente, virtualmente y hasta en sueños. El conjunto da una sensación de compañía y complicidad. La gente se siente menos sola. Muchos incluso postergan el suicidio mientras opinan por celular o a viva voz sobre el aumento del tomate y los problemas del tráfico. Todos hacen como que hablan. No faltan siquiera los gestos que acompañan el movimiento de los labios. En tales casos ocurre que algunas personas, por ejemplo yo, extrañamos hablar realmente con alguien. Deliberadamente usé un verbo en infinitivo que parece ya fuera de uso. Y es tan lindo hablar de verdad con una persona que lloro de alegría con solo imaginarlo y/o pensarlo.
L.
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