sábado, 5 de septiembre de 2009

Bandera


Habían pasado cinco años y aún así, en el teléfono, reconoció su voz. Ella le preguntó por su padre, su trabajo, su vida. Ninguno de los diálogos que imaginó desde que se fue contenía esas preguntas huecas. Le respondió con frases cortas. Sin sentido. No le importaba lo que hubiera entre uno y otro silencio. Cortó. No sintió nada y eso lo tranquilizó. Una noche después de varias noches soñó que caía por un delgado abismo. Trataba de aferrarse inútilmente a una bufanda roja que alguien le tendía para salvarlo. Se despertó llorando con la garganta seca de tanto gritar. Encendió la luz y su sombra solitaria se proyectó en la pared que alguna vez ocupó otra sombra. Un perfume conocido lo guió hasta el cajón del armario. Encontró lo que buscaba. Se vistió y salió a la calle. Caminó hasta la esquina y colgó la bufanda en la rama de un árbol. Parecía una bandera a media asta.

A.

1 comentario:

  1. Hay ciertas bufandas que no se pueden colgar. Otras por suerte sí. Es muy lindo tu texto Andrea. Gracias por compartirlo.

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