miércoles, 30 de septiembre de 2009

Caravanas


Abrió la puerta y entró cansada al departamento. Dejó su abrigo en la silla y vio que el plato -sucio aún- permanecía en la mesa. Su cuerpo exudaba transpiraciones propias y ajenas. Se desnudó. Abrió la canilla esperando que un hilo de agua apareciera. Entró en la bañera y cerró los ojos. Pasaron varios minutos y solo caían unas pocas, débiles gotas. Pero ella seguía ahí, acariciando su vientre, sus piernas, sus hombros. Ya basta, pensó. En la sala buscó una libreta pequeña y leyó. Hay una hora y un día en que la luz sólo proyecta sombras. Los peces nadan en la superficie y los beduinos detienen su marcha en el desierto. En la ciudad hay alguien que está a punto redactar una carta. La mano queda suspendida en el aire. El viento entra en la habitación y las hojas salen volando por la ventana. Arrancó la página y la rompió en pedazos. Se vistió y salió del departamento. Por el camino fue dejando en la calle papelitos con palabras que, esa misma noche, volvería a escribir.




Andrea

3 comentarios:

  1. Buen relato, Andrea. Tenés una manera muy especial de ser íntima y poética al mismo tiempo.
    Celes

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  2. Me encanta como escribís, este texto dentro de otro texto está buenísimo!
    e

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  3. una delicia, sí, coincido.

    gracias por compartirlo

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