martes, 19 de julio de 2011

Carta desde lejos


Los samanes, unos árboles gigantescos con un tronco similar a las patas de elefante, están florecidos. Son extrañas esas flores. Parecen copos de algodón. Hace viento y cada fragmento que alguna vez fue hoja vuela por todo el pueblo, dejando al árbol totalmente desnudo y triste. A veces aterrizan en el asfalto. A veces en el agua milagrosa de alguna alberca. No venía a Ricaurte desde hace algún tiempo. Quizás muy poco. La verdad es que parece una breve eternidad por todo lo que ha pasado desde la última vez que estuve aquí. Hace calor y por fin mis pies se han librado de las medias y los zapatos que los oprimen en Bogotá. Aún traigo el frío de esa ciudad. Pero se disipará poco a poco así como se va derritiendo el hielo. Aquí pasé mi infancia. Siento como si estuviera viviendo en una fotografía en sepia. En julio las mariposas amarillas se aparean. Lo hacen chocando sus alas y los pájaros copulan luego de todo un proceso de conquista que consiste, básicamente, en extender sus alas y batirlas en los pequeños arbustos, para hacer ruido. Es julio y las acacias también están florecidas en tonos rojos, amarillos, naranjas y verdes. Leo tu poema que habla sobre el regreso y siento también que estoy regresando a lo primitivo, a lo antiguo, a lo virgen, al mar, que, en mi caso, no es más que un árbol desnudo.
Andrea


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