Ella daba vueltas y más vueltas con su prometido viaje. No aseguraba nada. O yo sentía que no me aseguraba nada. Nunca se sabe. Para esa época yo había conocido a alguien acá y mi descreimiento en los milagros crecía en gran escala. Viajaré Gruss, decía ella o escribía en sus mails cortantes e intensos. Viajaré Gruss. Cuando los días pasaban y perdí la fe casi por completo le dije, casi lo rogué que suspendiera el viaje de una vez. Yo estaba más o menos bien y el miedo a lo desconocido me empujó a darle una orden. Suspende el viaje, volví a repetir muchas veces. Por fin llegó, porque todo llega, y resolví no ir a buscarla a Ezeiza. Le dije que a la noche me encontraría con ella en su casa y que luego veríamos. La noche en que la vi por primera vez ella tenía puesta una blusa blanca, un jean y unas zapatillas azules. Creo que cargaba también una mochila. Caminamos sin tocarnos y sin hablar durante un largo rato y llegamos a un lugar donde la marcha se detuvo para siempre y el espíritu de Dios comenzó a flotar sobre las aguas.
L.
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