Isla sin mar. Así se conoce a Paraguay desde que a un novelista de ese país se le ocurrió la metáfora. Aislamiento y falta de acceso directo al océano. Primer rasgo destacable. Segundo. Una larga historia de violencia y pobreza. El país se caracteriza por la abundancia de agua, suelos fértiles y condiciones climáticas que favorecen una pródiga vegetación y agricultura. Pero no todo es belleza en la isla. Medio millón de paraguayos viven fuera del territorio nacional. Seis de cada diez niños y niñas no son anotados al nacer. El país tiene una de las tasas de mortalidad materna más alta en América Latina. El ahora derrocado Fernando Lugo era conocido como el obispo de los pobres y muchos veían en él una esperanza de cambio luego de la interminable dictadura de Alfredo Stroessner. Durante ese período más del 80 por ciento de las mujeres paraguayas fueron víctimas de abuso sexual. A los medios hegemónicos del país, también a los argentinos, sólo les interesaba destacar que el obispo de los pobres no había sido fiel al celibato. Obviamente lo que les preocupaba era la posibilidad de un giro político de signo progresista. Lugo se proponía realizar una reforma agraria, garantizar una justicia independiente y redistribuir la riqueza en beneficio de los más humildes. Había ganado la presidencia en comicios limpios con más del 40 por ciento de los votos. La distribución de la tierra en Paraguay es la más injusta de Latinoamérica. El dos por ciento de las explotaciones de más de 500 hectáreas controlan el 85 por ciento de la superficie total. La tibia esperanza de dar vuelta la tortilla acaba de ser abortada tras el golpe de Estado parlamentario, una ocurrencia elegante aunque ilegítima, que consagró presidente a un personaje mediocre además de traidor. ¿Lo que pasó en la isla sin mar es un anticipo sombrío del futuro que espera a nuestra ya castigada región?
L.
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