martes, 12 de junio de 2012

Sentir la vida



Para sentir la vida no hacen falta milagros y maravillas. Basta oprimir el botón del pasillo y ver que a continuación se encienden las luces del edificio. O caminar por una playa y comprobar que los pies dejan estampada una marca en la arena casualmente parecida a un pie descalzo. O menos que eso. Subir levemente la mano, en la misma playa del pie, y sentir el viento pasando como viento entre los dedos abiertos. Algo más. Un abrazo inesperado en un día de esos en que uno piensa en matarse. O el doble hueco que dibujan dos cuerpos en un colchón un poco viejo que habría que cambiar lo antes posible. Para sentir la vida alcanza con alzar la cabeza, con la boca abierta, un día de lluvia fina, y sentir las gotas en la lengua como si se tratara de un acto sagrado, o, por qué no, una despedida del mundo.
L.

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