La virtud de concentrarse en algo se vuelve enfermedad con el abuso. La salud que prometen los gimnasios puede convertirnos en máquinas. La personalidad compulsiva tiende a la rigidez, a la patología, a un control policial de la vida. Y así con lo demás. La pasión amorosa degenera en celos, desesperación, intrigas, crueldad disfrazada de afecto. La obsesión por el trabajo esconde en la mayoría de los casos el deseo reprimido de no volver a casa. O, también, el temor a enfrentar el vacío que instaura el solo hecho de existir. En Japón se producen noventa suicidios diarios, unos 35 mil por año, al parecer relacionados con la adicción al trabajo y el miedo ante un futuro incierto. Los adictos a cualquier cosa, neuróticos obsesivos para la jerga psicoanalítica, pierden hasta el deseo sexual. Se resisten a todo aquello que los aleje de la idea que les come la cabeza. Si lloras de noche porque te falta el sol -dice un proverbio español- no vas a disfrutar de la luz de las estrellas. Concentrarse en algo es muy sano. Pero mucho es demasiado. El punto es la mezcla.
L.
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