sábado, 28 de junio de 2014

Mil veces no debo

A la Madre Isabel le debo mis brazos firmes. No sé cuántas veces me obligó a permanecer con las manos arriba durante horas como reprimenda por mi mala conducta. A los cuatro años resulté ser una niña bastante rebelde para los cánones de las monjas eucarísticas. Me escapaba de clase para recoger flores de manzanilla, le huía a las presentaciones y me mojaba el pelo si tenía calor. Todo eso era una afrenta grave para la reverenda morena y gorda. Me forzaba, además de castigarme, a escribir mil veces no debo. Terminé el preescolar con los músculos fortalecidos y una excelente grafía. Fue también gracias a ella que conocí los infinitos nombres del infierno. Averno, tinieblas, orco, horno tostadero. El que más me gustaba era el de paila mocha. La Madre Isabel me quería a su modo. Me lo demostró con los abrazos asfixiantes que me daba al final de clase y con la pequeña estatua de la virgen que me regaló cuando cumplí cinco años. Hace mucho que dejé de ser católica...si es que alguna vez lo fui. Pero tuve que asistir a tantos rezos, misas y catequismos que algo de eso quedó en mí. Cómo decirlo. Una cierta sensación de culpa, la idea de que alguien me está mirando siempre y, también, unos brazos fuertes capaces de cargar con la más pesada cruz.
Andrea

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