La vida en sí misma es un misterio inconcebible y asombroso por donde se lo vea y se lo beba. Alcanzaría pensar en la cantidad de azares y accidentes que debieron confluir para que estemos de pie, pensando, amando, sufriendo, copulando y respirando para entender de qué se trata la cuestión. Es cierto que a veces nos sabemos qué hacer con el raro privilegio de estar vivos. Mucha gente ocupa gran parte de su tiempo en distraerse o en buscar la felicidad eterna como bien supremo...cuando todos sabemos que la felicidad nunca hizo feliz a nadie. Otros se inclinan por evadirse o perderse en lo cotidiano. Esas técnicas son atractivas, y de algún modo efectivas, pero de corto aliento. Mucho mejor que vivir narcotizados es vivir sabiendo, permanecer despiertos, atentos, hacerse cargo de cada paso que damos. El otro camino, dejar que pasen los días a la espera del gran día, no da resultado. Ya se ha probado. ¿Qué hacer entonces con la vida? Entregarse a la experiencia es una opción. La otra es dejar por lo menos una huella en la arena antes de convertirnos, también nosotros, en una parte ínfima y seca de la arena de la playa.
L.
No hay comentarios:
Publicar un comentario