Dice Lacan que amamos a la persona que responde a la pregunta quién soy. Dice que nos enamoramos de aquel o aquella que tiene la respuesta a esa duda. Dice Lacan que algunas personas saben provocar amor en los otros. Son los serial lovers y conocen qué botones apretar para hacerse amar. Pero los serial lovers casi no aman. Juegan con sus presas al gato y al ratón. Se resisten a admitir que necesitan a otro. Para amar, dice Lacan, hay que aceptar la falta propia, la castración, y ponerla (no pensar mal) en otra persona. Amar es dar lo que no se tiene. Aceptar la falta, dice también Lacan, es algo propio de las mujeres. Sólo se ama verdaderamente desde lo femenino que anida en cada ser. De ahí cierto malestar masculino ante el hecho amoroso. También dice Lacan que cuando un hombre se consagra mucho a una sola mujer ella tiende a adquirir para él un carácter maternal. En tanto la mujer sea considerada más sublime e intocable resultará más amada. Pero tanta adoración presenta un problema. No hay trato físico ni deseo con la mujer santa o idolatrada en exceso. Para que el encuentro sexual sea posible el objeto de deseo debe ser degradado en parte. Lacan, en resumen, dice que el diálogo de un sexo con el otro es imposible. Los enamorados están condenados a aprender indefinidamente la lengua del otro. Lo hacen los dos a tientas buscando claves siempre discutibles. El amor, dice por último Lacan para complicar aún más las cosas, es un laberinto de malentendidos cuya salida no existe.
L.
L.
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