miércoles, 25 de junio de 2014

Nadie cambia a nadie

Decir a esta altura que nadie puede cambiar a nadie no es novedad. Quienes lo intentaron fracasaron. Algunas mujeres suponen que sus novios o maridos se dejarán moldear con el tiempo. Se esfuerzan para ello y algo consiguen. Pero no ha sido más que una pobre concesión. No cambian los novios y maridos. No cambian las mujeres. Y si alguien lo hace es resultado de un lento proceso interior en el que poco tienen que ver los de afuera. No podemos cambiar a nadie y tampoco puede enseñarse nada fundamental a ninguna persona. Los budistas resumían la idea en una espléndida máxima. Sé tu propia lámpara, decían. Cada cual debe aprender a tomar la luz de sí mismo y no servirse del brillo ajeno. No tratar de parecerse a nadie. Los que disfruten de la literatura y la escritura no deben imitar a los clásicos ni deprimirse ante los genios. Quien quiera llegar a algo debe fundar la literatura nuevamente sin ignorar, claro, a los que nos precedieron en el camino. Y si no podemos cambiar a nadie tampoco podemos cambiar el mundo. Esto es así aunque duela. Pero podemos seguir el consejo de Rimbaud. Cambiar la vida. O el de Jean Paul Sartre. No importa tanto lo que hacen de nosotros sino lo que hacemos con lo que hicieron de nosotros.
L.

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