jueves, 25 de septiembre de 2014

Enamoramiento libre

Como solía decir Julio Ramón Ribeyro no podemos ser amigos de quien no es nuestro amigo. Pero sí podemos enamorarnos, por ejemplo, de una mujer que no sólo no nos ama sino que incluso nos rechaza, si nos conoce, o directamente nos ignora. Lo mismo vale para las mujeres que viven enamorándose hasta de un pasajero del subte que no las miró ni de casualidad. Lo más lindo de la vida es que uno es libre de enamorarse de cualquier persona. Nadie puede impedirlo y ahí está la gracia. Yo, sin ir más lejos, estoy enamorado para siempre de la catalana Silvia Pérez Cruz. Ella, la divina cantante, nunca lo sabrá. Y así es mucho mejor. Menos problemas. También amo para siempre a una rubia perfecta llamada Scarlett Johansson. No se lo dije aún pero lo debe sospechar. Alguien me dijo que acaba de tener un hijo pero no veo eso como un obstáculo. La Scarlett que amo es la que aparece en una película llamada Perdidos en Tokio. Con ella pienso casarme aunque no lo sepa. Es muy lindo vivir enamorado. Juliette Binoche nunca rechazó mis invitaciones. Tampoco las aceptó. Ambas situaciones son casi ideales. Me paso la vida escribiéndole cartas a la diputada chilena Camila Vallejo y con ese simple acto de amor me alcanza y sobra. Me pasa con ella y con todas las demás. No estoy obligado a invitarlas a cenar (es caro), no tengo que seducirlas (es difícil), no hace falta contarles que escribo en este blog o que me gusta leer a Pavese. Además nada de eso les importa. Es suficiente imaginarlas, soñarlas, tener con ellas todo tipo de fantasías. La vida en cambio no da esa libertad. Si me enamoro de verdad a continuación hay que casarse, tener hijos, discutir por tonterías, separarse, dividir los bienes. ¡Hasta los libros hay que repartir! Qué fastidio. Las amantes invisibles, en cambio, no reclaman nada, no piden nada, se entregan tantas veces como haga falta y, para colmo, no envejecen jamás. Son eternas y siempre están dispuestas a la aventura. ¿Acaso puede imaginarse algo mejor?
L.

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