Estaba acorralada en la parte izquierda del tablero. Pensé en la mejor forma de inmolarme. En la más decorosa. Al final decidí que el jaque debía hacerlo un peón. Sería un buen resumen de nuestra historia. Él se resistía. Me sugirió un par de jugadas. “No -le dije-. Y si pudiera permanecer quieta lo haría”. Se quedó mirando el tablero con algo de tristeza. Ya era tarde. Alguien se acercó y dejó la cuenta sobre la mesa. Mientras juntaba las fichas recordé esos días de Buenos Aires. Las caminatas por la ciudad infinita. Los proyectos, la lluvia, el vidrio. Verlo de lejos sentado en una vereda. Verme sentada esperándolo en un café. Sí. Esos días de Buenos Aires cuando el juego era una promesa y cuando nadie ni nada había muerto.
A.
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